Hay personas especiales en la vida que ni siquiera son tenidos en cuenta ni se repara en sus capacidades, en su evolución personal y toda la vida pueden arrastrar cosas injustas sobre sus personas debido, simplemente, a que son especiales.
Gema Theus es la autora de este cuento que refleja perfectamente esta verdad y que bien podría ponerse como ejemplo en una clase de psicosociología en prevención docente.
¿Por qué no me entienden?
Cuento para niños de Alta Capacidad… y para sus padres y profesores
Autora: Gema Theus
Donado
a la Fundación Avanza
¡Mamá,
mamá!
Eran
las dos de la mañana y el grito angustioso de Diana
llamándome
me hizo saltar de la cama e ir a la habitación para ver qué ocurría. Al
llegar, vi a Diana sentada en la cama, con los ojos abiertos, con cara de
susto, estaba sudando y el corazón le latía con fuerza ¿Qué te pasa cariño?, le
pregunté.
Mamá, ¿por qué no me entienden los niños?, ¿por qué
no quieren jugar conmigo?, ¿por qué no ven los profes mi mano cuando la levanto
en clase?
Yo tenía sueño, además me había levantado
sobresaltada y todavía estaba intentando normalizar mi propia respiración, pero
ante la llamada angustiosa y la necesidad de saber, decidí explicarle a Diana lo
que ocurría.
Ella necesitaba una respuesta precisa y yo la tenía. Tenía que
explicarle la verdad: que ella era diferente. Túmbate y tranquilízate, te voy a
contar un cuento que te va a encantar:
“Había una vez un bebé precioso, era una
niña muy guapa con los ojos muy grandes con los que miraba todo con mucha
atención y observaba atentamente lo que había a su alrededor. Era como si
hiciera fotos con la mirada. Todo lo que veía o escuchaba, ya no lo olvidaba,
lo grababa en su mente. Cuando Atenea, que así se llamaba la niña, tenía un
año, decidió que le gustaba la comida de mayores y lo hacía con cuchara y
tenedor. Diferenciaba los triángulos, los círculos, los rectángulos…
Cuando tenía un año y medio se sabía los colores:
amarillo, rojo, azul, verde y, beige, salmón, violeta, turquesa…, aprendía muy,
muy rápido. A los dos años, sabía hacer puzles y cuentos con pegatinas
perfectamente y a gran velocidad. Miraba, escogía adecuadamente y colocaba todo
bien, siempre. Preguntaba todo lo que no conocía o llamaba su atención. No
quería dormir, quería hacer más cosas.
Con menos de tres años, un día iba con
su madre en coche y había mucho atasco. La niña preguntó a su madre: ¿Qué hago?
Me aburro. Pues si estás aburrida, ¡te lees un libro!, contestó la madre
agobiada por el tráfico. Y… la niña, cogió un cuento y despacio, empezó a leer:
La Ce-ni-ci-en-ta-. A partir de ese día, su hobby fue leer y leer y mientras
leía, aprendía y aprendía muchas cosas y como le interesaba, no olvidaba. Los
niños de su edad no sabían leer. Ella comenzó entonces a leerse el mundo, los
carteles de las carreteras, las revistas, los anuncios y, preguntaba y, hablaba
y, sabía cada vez más cosas y más complejas. Su curiosidad no tenía límites.
Con
cuatro años en el colegio, le cantaban una canción y con solo escucharla una
vez era capaz de repetirla, no importaba el idioma. Su memoria era “gigante”
para todo lo que le interesaba. Los números no tenían secretos para ella. Su
energía era ya mucho mayor que la de otros niños; a veces no podía parar de aprender,
de hablar, de correr…
A los cinco años, le comenzó a parecer muy interesante
los planetas, las estrellas, los océanos, los continentes… Sus compañeros
todavía no leían bien. Ella, que ya era muy independiente, se acostumbró a ser
todavía más independiente.
A los seis años el mundo de la mitología le llamó la
atención y sabía tanto de los dioses griegos como de los romanos. Estos temas
eran fascinantes para ella. Los niños ya no sabían ni de que hablaba. La
admiraban y evitaban a partes iguales. Los buenos profesores la dejaban ser
ella misma, mientras la educaban; los otros no aceptaban que fuera diferente y
acallaban sus preguntas y curiosidad. Ella proponía a los niños jugar a griegos
contra romanos y a sílabas encadenadas o, a ver quien sabía más de cada
planeta, pero los niños no jugaban por que no entendían el juego. Ella pensaba
que todos los niños sabían lo que ella sabía y era ella la que no entendía el
por qué no la entendían. Ya no jugaba con los niños en el recreo, prefería su
propio mundo, más rico y también estar con los adultos, que la entendían o al
menos, la respetaban. Pero se sentía sola y triste, ella quería estar con los
niños. Su creatividad le hacía tener un mundo paralelo, donde las cosas
funcionaban, todos se aceptaban.
A los siete años dejó de luchar, ya no
intentaba jugar con quien no la entendía; se centró en sus buenos amigos; todos
muy diferentes. Su gran sensibilidad le permitía intuir cosas para otros invisibles.
Su sentido de la amistad y la justicia le hacían tener una lealtad inusual a
los suyos y a la vez una gran incapacidad para entender la injusticia en
cualquiera de sus ámbitos.
A los ocho años, por fin sus padres, le explicaron el
por qué de todo. Sus padres la notaban triste, que se sentía incomprendida. Todos
somos especiales para alguien y todos somos especiales en algo, le dijeron. Atenea
era especial en que tenía una gran inteligencia, mayor que la de otros, que
hacía que aprendiera antes y mejor que otros niños, y que otras personas. Atenea
no debía avergonzarse, ni justificarse, ni pedir perdón, ni tampoco jactarse,
pero sí, aceptar el don y la suerte que tenía.
¿Qué
suponía esto?
Que los
niños a veces no la entendían por qué sus mentes no estaban preparadas ni
conocían todo lo que ella conocía y ni siquiera les interesaba como a ella.
Pero ahora, ella sabía por qué y el saber la hacia más fuerte.También tendría
que entender que muchos niños y padres la envidiarían, que intentarían buscar
cualquier cosa para mofarse, por que en realidad la envidiaban. Su sensibilidad
y sentido de la justicia le harían encajar peor los comentarios. Sentiría todos
como burlas. Pero ahora, ella lo sabía…
Algunos
adultos la verían como una amenaza, llegando a desear que fuera de otra manera.
Lo importante es que ahora lo sabía; el mundo no era sólo su mundo y sus
conocimientos, también estaban los otros con sus propios sueños e ideas y
formas de actuar. Tenía que aprender como ellos “funcionaban”, tenía también
que esforzarse.
Ya no
volvió a estar triste, ahora ella entendía por qué no la entendían, aunque no
todos. Sus amigos de verdad, su familia, sus profes y la gente con
sensibilidad, tolerante y capaz también la entendían.
Ahora
ella sabía y comprendía”. ¿Te ha gustado el cuento, Diana? Sí. ¿Lo has
entendido, Diana? Sí mamá. ¿Qué vas a hacer mañana en el recreo? Intentaré
jugar al escondite con los niños y cuando acabe si veo al profe de ciencias
proponerle hacer un trabajo sobre Egipto, que me interesa. Muy bien amor.
Intenta mañana, sobre todo, ser feliz. Descansa que es tarde. Le di un beso y
me fui a dormir. Ya no me llamó más.
Este cuento está dedicado a Elena.
—
Además deseo que les sea útil y clarificador a
padres, profesores y niños que durante años viven inmersos en situaciones que
no entienden y que les hace estar tristes, vulnerables e inseguros.—“¿Por qué no me entienden?” ha sido donado a la
Fundación Avanza para que pueda difundirlo a través de cualquier tipo de medio
y publicación y con ello se logre un mayor conocimiento de las personas con
alta capacidad y de la propia Fundación Avanza.